jueves, 26 de junio de 2008

Decepción.

Las decepciones son algo tan normal en la vida que hay que verlas como parte de ella.




Desde el 9 de marzo de este año se han producido acontecimiento que embargan mi ánimo con ese sentimiento. Íntimamente esperaba que algunas cosas cambiaran a mejor y esa espera se ha visto frustrada.

No es solamente el hecho de que exista un número suficiente de españoles para los que no resulta tan evidente el perjuicio que para la sociedad española supone la gestión del P(SOE). Eso era algo difícil de obviar. Existe una gran presión de propaganda que tampona la porosidad del ciudadano y lo hace impermeable a la realidad. Así, cuando concurrían evidencias desde doce meses antes de las elecciones de la crisis económica, el gobierno y sus medios lo negaron. Como consecuencia, el ciudadano votó ajeno al hecho de que no se estaba gestando respuesta alguna a la situación.

Pero a estas alturas de la democracia española… ¿es esto una decepción de las expectativas? No lo creo. Conocemos la situación de la información en España y el carácter de los españoles.

La frustración viene por otros caminos.

La sentencia del Tribunal Constitucional, que consagra la diferencia en derechos de los españoles según el sexo, es una ellas. Además del daño objetivo que hace a la democracia abre las puertas al reconocimiento del Estatuto de Cataluña, con el que se habrá terminado con la soberanía nacional española.

Otro es la "extraña deriva" del PP hacia el centro-PRISA, que posiblemente lo convierta en heredero de la izquierda-PRISA en condición de eterno aspirante. ¿Es posible que obtenga más votos? Lo ignoro. El problema es que no me importa. Si esos votos no suponen una ruptura con el actual sistema impuesto tras el 11-M, no me importa.

La decepción proviene de asumir una convicción: los resortes, que podrían haber modificado la situación de progresiva pérdida de derechos, están rotos.